
En la Edad Media se pagaba su peso en oro por los cuernos del unicornio, aunque nadie sabía en realidad a qué animal pertenecía aquella extraña defensa, de hasta dos metros, recta y como retorcida sobre sí misma. Se pintaba al unicornio de manera de extraño caballo de pezuña hendida, como los ciervos, y un gran cuerno único que surgía hacia adelante en su frente. Era, contaban las crónicas, un animal muy fiero y que sólo las más bellas doncellas podían amansar. Su cuerno era un fabuloso antídoto contra todo veneno. Bastaba limar un poquito en la copa del rey antes de cada bebida para que nunca muriera envenenado y, a poder ser, era preferible que la misma copa estuviera hecha de cuerno de unicornio. Algunas de aquellas copas, así como algunos cuernos, han llegado a nuestros días, lo que ha permitido saber que el material de que estaban construidas las primeras era la defensa nasal del rinoceronte indio, en tanto que los segundos pertenecían al narval.
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